Yo no olvido al año viejo

on jueves, 16 de diciembre de 2010
¿Ya es invierno? Bueno, ya casi, pero al menos la temperatura ya es de veintitantos grados, lo que es suficiente para que los friolentos saquen sus sudaderas y se quejen del frío que hace. Diciembre sigue siendo mi mes favorito y el invierno mi estación predilecta después de tantos años, a pesar de ya no ser el niño que escribía cartas a personajes fantásticos y recibía regalos debajo de un árbol.

Sí, ya no soy aquél chiquillo, pero todas esas sensaciones permanecen dentro de mí (soy la nostalgia hecha humano) además de que las mandarinas, las ramas, los villancicos, las hojuelas que hace mi abuela y demás cosas hacen que diciembre y el invierno me envuelvan y lleven mi estado de ánimo a un nivel de más optimismo. Es espíritu navideño en toda la extensión de la palabra. Sin embargo, desde hace unos años, no sé en realidad cuándo empezó, comencé a experimentar cierto vacío, una especie de soledad y de incertidumbre hacia el futuro en las noches de navidad y de la víspera de año nuevo. No podía evitarlo, ni siquiera por estar rodeado de mi familia, ni siquiera por recibir esas felicitaciones los amigos a los que tanto aprecio. Siempre sentía que hacía falta algo; que el año se terminara hacía peor el sentimiento: el año se terminaba y yo dejaba algo importante a la deriva. El muñeco explosivo que representa a ese año que termina tronaba, estallaba y con cada estruendo me sentía peor; el tiempo malgastado se incineraba con aquél muñeco desgraciado y después el silencio y el aire frío, recordándome que la cuenta volvía a empezar y ya había perdido unos cuantos minutos. Hay quienes temen la llegada de su cumpleaños, yo temía la del año nuevo. Me sigue embargando esa sensación de extrañeza, como cuando me di cuenta de que al escribir la fecha en mis cuadernos le diría adiós al uno y a los nueves para dar la bienvenida al dos y a su banda de ceros.

Y sí, te diste cuenta, estuve narrando en pasado. Pretérito. Porque sé que esta navidad, esta víspera de año nuevo no experimentaré esas sensaciones. Sentiré el frío en mis manos y cruzaré mis brazos a falta otros a los cuales sostener, percibiré la distancia, pero sé con seguridad que soledad no sentiré. No esta vez. Por eso seguiré comiendo esas mandarinas y esas hojuelas, seguiré escuchando las ramas, oliendo los pinos, porque no lo haré por mi cuenta. Y precisamente la navidad toma todo un nuevo significado gracias a ti.

Que tus ojos brillen por siempre más que la estrella que seguían los magos de Oriente.

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