Cuento del que quería ser - Parte 1

on lunes, 18 de mayo de 2009
Se levantó a cerrar la ventana. Era un día de esos en los que hay muchas nubes y el sol lucha por sobresalir. Le agradaba el viento, pero la arena que entraba empezó a ser lo suficientemente molesta como para seguir soportándola. Se tumbó boca arriba en la cama, estirando tanto los brazos como las piernas. La habitación no era ni muy grande ni muy chica, desordenada y llena de vestigios materiales de su propia personalidad. A pesar de estar alejado de la religión, encima de la puerta estaba colgado un ángel de la guarda bordado por su madre; le recordaba su infancia, aquellos tiempos en que todavía podía permitirse creer.

Recostado como estaba, pensaba en cómo deshacerse del aburrimiento. Tenía 5 libros esperando a ser leídos, pero no tenía ánimos de leer. "Quizás un poco de música", pensó. Al instante, en su mente empezaron a brotar las notas, el ritmo, el sonido mismo. Melodías nuevas, melodías ya conocidas... para su ingenio no existían las barreras. Y entre esa sinfonía magistral que sólo él podía escuchar se encontraba escondido el relato de su pesar, de esas noches inquietas, de placeres vacíos y de la causa de todo ello. Cuando la oscuridad lo rodeaba estos sonidos proyectaban también visiones, imágenes llenas de todo cuanto sentía y no podía expresar de otra manera. Pero la pluma y el papel eran sus mejores amigos y sus confidentes más veteranos. Gracias a ellos podía plasmar eso que lo intrigaba y lo agobiaba y usar el delicado lenguaje para hacer referencia al amor.

Imaginaba situaciones idóneas, escenarios tan fantásticos como improbables, se veía a sí mismo dentro de diferentes recreaciones de su propia existencia, aquella que desesperadamente quería e intentaba cambiar. Si le hubiera gustado el café habría decenas de trastes vacíos. Si hubiera sido fumador tendría miles de cajetillas aplastadas. Su apariencia sería descuidada y misteriosa. Pero todo eso lo llevaba por dentro, y muchos lo notaban. Algunos lo miraban con recelo, otros se intrigaban ante semejante individuo, y para otros pocos era fuente de una inspiración andante. Aquel ser solitario, melancólico, que se pasaba la vida viendo las nubes, las estrellas; que perseguía fantasmas y sueños trillados... ese ente que deambulaba por los pasillos de su propia tristeza, sí, él, estaba enamorado.

A pesar de haber jurado no volver a hacerlo en un largo tiempo, cayó preso en las fauces de la pasión; volvía a estar en ese estado idílico, donde hasta en la piedra más sólida podía brotar una flor cual héroe milenario que se levanta de entre los muertos. Cuando estaba enamorado nada más ocupaba su mente que su amada. El corazón dirigía sus pasos, sus movimientos, sus palabras. No había quien pudiera despertarlo de su profunda ilusión más que él mismo. Y cuando ese momento llegaba, se daba cuenta de su soledad y de que no era correspondido, y rompía en un llanto desgarrador. Desolado y afligido regresaba a la comodidad de su habitación donde reinaba la oscuridad y veía el rostro de su amada en un torrente de imágenes. Es ahí cuando recordaba cuánto la quería, y la dicha volvía. Se dormía con una sonrisa en la cara, abrazando su almohada, no sin antes haber vaciado sus lagrimales. Al siguiente día la vería y las reacciones internas se verían reflejadas en sus ojos. Cada gesto de ella era una explosión de emociones dentro de él; al percibir su aroma quedaba mesmerizado y al oír su voz entraba en un trance del que era casi imposible escapar de su seducción. "El amor es la droga más efectiva", pensaba. Y su aseveración no podría ser más acertada. También, sabemos, es la más peligrosa. Por eso trataba de no dejarse llevar mucho por ella. Mantenía su distancia aunque su instinto dijera otra cosa. Si siguiera a sus impulsos, para ese entonces ya habría mandado a cortar mil rosas y dejarlas en su puerta, soltar cientos de globo de helio formando su nombre, sacrificado su saco para que no pisara un charco... Pero era cauteloso, sabía que de hacer todas esas cosas la sofocaría. Aun así, buscaba una razón, un buen pretexto para robarle un beso. Quería dar la demostración definitiva de sus sentimientos a través de un beso que detuviera el tiempo, que cuando acabara los dos siguieran con los ojos cerrados, deseando que al abrirlos la fantasía no haya acabado. Buscaba el momento idóneo, las circunstancias perfectas, pero siempre sucedía algún imprevisto, algo inesperado. Y regresaba a su casa derrotado, cansado como sólo los amorosos pueden cansarse, elevando una plegaria para que al otro día pudiera lograr su cometido.

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¿Qué opinan? ¿Les va gustando el relato? Para ser sinceros, todavía no sé cómo continúe. Ya veremos qué sucede...

1 comentario:

Niflheim dijo...

Me gustó o.o , Ojala los continues, es otra perspectiva de la vida de un sujeto (quien será) no sé si sea que soy flojo, pero textos largos en internet son algo cansados de leer o.o

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